DOS PARA MI
Llevaba un mes de soltería y no estaba de humor para estar con amigos, pero odiaba la idea de seguir en casa un fin de semana más. Decidí ir a un sitio desconocido, donde hubiera buena música. Me sente en la barra, pedí una cerveza y un par de canciones. Cuando disfrutaba de una de ellas, alguien me pregunto sobre el artista que sonaba y ahí empezó una buena charla. Tal vez, media hora después apareció ella… su esposa. Era una pareja encantadora, tanto así que compartimos una mesa y nos turnamos para bailar.
En la mesa ella posaba su mano en mi pierna o brazo de manera natural y él sonreía. Al bailar ellos me miraban de manera juguetona y reían. Y cuando yo bailaba con ella, ella se ceñía a mi cuerpo con morbo y descaro. Todo normal hasta que ella me preguntó: ¿Te gusto? de inmediato mire a su esposo un tanto asustado y sin darme tiempo a contestar, él replicó: – ¡Tu a nosotros, si!. Se prenden las luces y se ofrecen a llevarme a casa.
Al llegar al parqueadero y estar junto al auto, ella toma mi mano y la pone dentro de su falda permitiéndome acariciar sus nalgas y sus entresijos; mientras, masajea la entrepierna de su esposo que estaba en el asiento del conductor.
Ella se inclina gracilemnte para tomar con su boca el pene de su esposo. Mientras caigo de rodillas como penitente ante su máximo pecado. Su humedad ya recorría los muslos y yo como buen caballero limpie con mi ágil lengua lo que emanaba de ella, como si fuera el último sorbo al que tendría derecho; recorrí su cauce hasta llegar a la fuente.
Este preludio se vió interrumpido por las voces del encargado y otro conductor. Entramos en la parte trasera del auto, nos acomodamos y su esposo encendió la nave. Condujo sin guía alguna, ella bajo el cierre y se dispuso a manipular lo que más tarde sería su daga. Empezó a despojarse de la parte superior de su vestido, mientras él miraba por el retrovisor mi cara de gozo con tan hermosos senos, los saboreaba con mi lengua y ella buscaba frenéticamente dentro de mi pantalón, mis manos hicieron lo mismo entre su vestido y mis dedos dejaron a la vista de su esposo el brillante espectáculo que se presentaba entre sus piernas.
Llegamos a un paraje desolado en donde aparcamos y nuestro conductor se unió a la fiesta, las ventanillas del auto no resistían el sopor de los cuerpos y la temperatura de allí dentro cocinaba el cerebro, los sentidos estaban enloquecidos. Aquel furor terminó con una exclamación que aún recuerdo hoy: «POR FIN DOS PARA MI»
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Relatos eróticos de Madame lautier.
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